Escancio
en mi cara tus besos, jarabes de palo y disparos para una mente embrutecida a
causa de las radiaciones, los expedientes y la información. Sin dilación, pulso
en el pasillo los botones adecuados para bloquear todos mis demonios hasta que
me interrumpes. Tengo que volver a empezar la cuenta: menos uno, cuatro y medio,
siete…
Pierdo
la noción del tiempo y por un momento pienso que he despertado de una larga y
profunda noche, sin pesadillas ni tormentos musculares. Entonces comienzas a
obligarme, granuja, a abrillantar el espejo de mi desprestigio. Con toda la
humillación y la belleza que sólo viven al amanecer, anocheces mi copa de café
hasta calentar mi esófago con el más exquisito vino. Viertes la oscuridad y la
ansiedad sobre un tarro de conservas, a medio cerrar, junto al estante de las
especias.
El
dialecto ambiguo de mis memorias encuentra, en tus lentes, su legibilidad.