Peter
Pan se echaría las manos a la cabeza al enterase de la clase de sentimientos que
potencian hoy en día nuestro despegue. “No quiero crecer nunca”, frase de
viejos tatuada en pieles firmes y cabezas flácidas. Agotado de todo esto, el
animal doméstico se larga, más veloz de lo que su estabilidad le permite pero
más lento de lo que le exige la necesidad.
Entonces,
no salvaje aunque sí sin dueño, inhala
un aire menos impuro. Tal vez no exento de dolor, pero al menos la corriente ha
salido de su propia voluntad. El
dulcísimo sabor de lo malo por conocer…
¡Qué
importa la maldad física, sólo se puede tocar, nada más!
Qué
barato sale el billete de avión comparado con el precio de un alma de 47
millones de habitantes.
Agradezco,
de corazón, mi despido improcedente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario