Me avisó mi
olfato carroñero de que se estaban llevando tu cadáver a lo más profundo de la
Tierra, algo me decía que mi búsqueda de los restos del más alto nivel se vería
completamente truncada. Te creíste tanto tus trucos de magia evolutiva que, de repente,
despertaste en ti carne joven y en mí su localizador con la más alta tecnología.
Mi cadena alimenticia buscaba, junto a la tuya, el único modo de sobrevivir
como engendros en el nivel más bajo. El sustento, entonces, se alejó del agua,
de los organismos inmóviles, del pan...
Aun en fechas
como hoy, puedo sentir que soy hiena del cuerpo que más respira, del más
caliente y del menos abarcable. Cada día puedo elegir ser una especie nueva y
sacar el jugo, a mis maneras, al ser más vivo.
La mayor virtud con
la que contamos es que pueden pasar los años sin necesitar saber dónde estamos.
Sólo un par de gotas de sudor bastan para entender que nos encontramos en el
mismo sitio y la única forma de moverse es seguir sudando.
Cuanto más
próximos estemos a la extinción, más cerca tendré que respirar de ti.
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