Te incrustaste
encima. No sé en qué momento, no sé con qué ánimos. Decidiste que necesitaba salir
de mí un bisturí que nunca imaginé poder haberme dejado dentro, pero olvidaste impedirle
la entrada al miedo, sin el cual tal vez podría haberte dejado hacer tu
trabajo y nada más.
El ser humano es
sin duda el peor enemigo de sí mismo cuando toma la decisión de serlo. Por lo
mismo, es el dueño de la paz propia más plana y el delegar en ti la alarma para haber
podido pasar de puntillas por el pasado no fue una buena decisión.
Me has llevado
tan, tan lejos, que en la misma cercanía soy la cercanía misma.
Te debo, muy a
mi pesar, mi nueva mirada al suelo. Puedo, si quieres, girarme para dejarte
marchar despacio y que no puedas negar mi hospitalidad, pero sabiendo que has invadido mi cama, mi
conciencia y mi espacio.
Me he comido
todo el plato, ¿puedo salir a jugar?