Desde que hace dos años se paró la Tierra y los animales comenzaron a huir no he parado de buscar cobijo. Sobrevivimos. Las ratas nos ayudamos a buscar en la basura, a olisquear los contenedores, a volver la cuidad fea con nosotras...
Me gusta jugar donde la hierba no crece, donde los niños tienen prohibido coger las cosas del suelo. Mis venas, congeladas, laten gracias a esa melodía que fluye lo que la sangre no sabe. Las aristas de mi cuerpo plano yacen, juntas lo sostienen, junto a la brisa que ha dejado de arañar mi piel.
La ciudad gélida.
Allí me parezco. Soy poco a poco ese ardiente trozo de hielo que ama su dolor. La vida es vivísima todo el tiempo y todo el espacio. Los sueños no se crean ni se destruyen.
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