Día a día desgarro las cortinas, amasijo de testigos que privan al día de la noche y a la noche del día. Duermo mal, aunque esa ligereza me estira los dedos que tocan, escriben y comen. El caos se ha enamorado de mí y yo le pongo la miel en los labios, le tiento y le correspondo cuando me place. Bailo a gritos mientras finjo tener dos dedos de frente.
Mi religión son los juegos de azar donde valen los trucos y la casualidad. Cuando nadie me ve siempre tenso un poquito más la cuerda esperando que se caiga sobre mí un cubo de agua que me obligue a volver a vestirme de otra manera.
Nunca veo el final y me voy chocando con todo. Me hiere, me acaricia y me mancha mientras estructuro la lista de tareas que debo seguir mañana. Infantilizo los obstáculos y juego.
Juego sin parar.
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