24 de febrero de 2018

Cemento

Me gustaría contarte cómo de un día para otro dejó de gustarme desayunar. Solía entusiasmarme, era un oficio que definía lo que yo era. Ingería una energía que devolvía sin criterio con toda mi fuerza. Comencé a hacer deporte con furia, una ira inofensiva que iba por delante del ritmo todo el tiempo, que perseguía el fin.

Empecé a pintarme los labios para que nadie los besara. Cada uno de los extravagantes colores era una letra de algún nombre propio. Dibujé un pequeño mapa lleno de nieve y forcé la perspectiva hasta caber en él. Cogí algunas cosas que tenía, vendí mi mirada y viajé lo más lejos posible de allí. He seguido coloreando mis labios, desayunando sin sonreír. Sigo cortándome el pelo para que nadie tire de él, no paro de aprender palabras inútiles para no usarlas con nadie y no dejo de pensar en dejar de hacerlo. 
No dejo de dejar.



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