De oreja a oreja, escucho el poco sabor que tiene la comida y saboreo el estruendoso ruido de las personas despiertas al caminar. Dormida, intento aprender el abecedario letra por letra sin la ayuda de mi juventud. Las canas que un día fueron dulces ya no brillan, se clavan en el cráneo y se multiplican. Luchan por entrar.
El mundo se ha extinguido y me ha pillado lleno de gente, de flora y de vida. Una apasionante y dolorosa vida, que repleta de placeres me arranca la lengua e intenta decirme algo. Son palabras, canciones, acrobacias...
Te espero, vida mía, que algún día vendrás.