24 de julio de 2013

Correa

Anduve mucho tiempo creyendo que era una invitada común, de las de toalla en mano, agua mineral y soso neceser. Sin embargo, en una siesta cualquiera un golpe en la cabeza me ha hecho darme cuenta de mi condición de anfitriona. La peor, visto lo visto, de todas.

No puedo compartir cepillo de dientes y por ello me seguiré torturando hasta que asimile que es un capricho tolerado. Ser donante constante, con o sin sangre, lo que les sacia es lo morado, no la solidaridad.

Me gustaría poder decir que me alegro, pero este dilema de supervivencia del siamés me trae con un brazo en mí y otro, al final, en ninguna parte.

Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Y por favor, líbranos del pan.